El auto se portó como el culo, la ruta se me hizo vértigo y lo que debió ser un viaje de cuatro horas se convirtió en una travesía de casi un día. Surfeamos la pasión hasta lo más alto. Fue perfecto y llegamos hasta ese exacto momento en que nada más importa. Lo pude ver en sus ojos y, con toda la autoridad que me da el fracaso, supe que no habían más mandatos, ni reglas, ni explicaciones que dar. En mi jerga de chico golpeado juro que eso se llama amor. Quizás, por primera vez en su vida, estaba siendo libre, plena y toda. No habían engaños, ni mentiras, no más que una libertad que necesita de mucho coraje, porque sólo con mucho coraje se pueden surfear las olas tan desde arriba. Y fue eso exactamente lo que pasó y eso lo que siguió... No estaría escribiendo esto si no tuviera la certeza ciega de que es así.
Conmigo hasta el segundo antes de dejarte ir...