Pateando piedritas, caminando en círculos, mirando para atrás; así me encontré hasta que en esta noche, y de nuevo fuera de mí, me enfrento al teclado -sin letras desde hace tanto-, pero porque tuve un día glorioso, sano, bueno, lindo. Y me digo: no lo vale tanto, o sí y nada: te regalé nena (paloma), fui tu vértigo, tu veneno y aunque extraño tu comodidad, tu pelo y tu olor, te extraño tanto, sé que vas a extrañar viajes en un auto vandalizado con vida propia, que no te vas a olvidar más de la letra z, que finalmente conociste al sexo cuando es mucho más que sexo y se comparte mirándose a los ojos. Porque sé, nena, que abrí esos ojos aunque después, tonta y tan tonta, me agradezcas bajo certezas ajenas y te lances al mismo vacío del que habías logrado huir.
Hace tanto que mi teclado no tiene letras que decidí abrirme caminos en lugares donde no pensaba abrirlos, y sé que la luces se me acercan y que vuelvo a escribir aunque no haya letras, ni sentimientos, ni mucho contenido, y porque sé que mientras mis dedos no respondan y mi teclado me sea esquivo, escribirán ellas que volvieron todas juntas a canturrearme al oído, a revolverme el pelo, a batirme a café, a gimotear y, enérgicas, a mostrarme que Riggy sigue tan vivo como hace un año atrás, cuando tuve la tonta idea de no revisar mi pasado o peor, querer repetirlo.
Es que también llegaron -solitas y sin que las llame- las otras y así, llegaron todas, una a una caídas del cielo, para mirarme severas y soltar sus máximas, castigarme, acariciarme, quererme: algunas con censuras, con distancias; otras telepáticas y entre sueños; otras con sonrisas mágicas que me reconcilian con la vida. Todas con amor. Mientras tanto no puedo más que ignorarte y matarte despacito y sin que duela.
Todavía sigo sin magia, sin gracia, sin contenido, pero leete esta: Riggy is not dead.