domingo, mayo 09, 2010

Tristeza Crítica by Riggy from the blog

Es increíble que un sábado a la noche lo único en lo que pueda pensar es en el lugar en el que trabajo. Se supone que uno utiliza los fines de semana, días para el descanso y el esparcimiento, justamente para eso: para distraerse de sus obligaciones, las obligaciones que normalmente uno enfrenta en su puesto de trabajo y que en mi caso, tengo que decirlo, es un lugar único, un lugar mágico y me siento un privilegiado por eso. Porque trabajo en una redacción de un diario. Y no es fácil transmitir lo que ocurre ahí, y quizás la analogía más cercana sea la de la gestación (y sí, imaginen a un bebé), pero una gestación diaria y colectiva; una orgiástica y maravillosa. Todos los días hay cientos de personas que le aportan a ese proceso su mucho y su poco para que entrada la madrugada salga a la luz algo que de verdad tiene que ser importante, porque ese diario sólo va a durar unas horas.
Quizás la magia radique en que de ese proceso participan cientos de miles de personas, porque ese diario va a estar en una mesa al desayuno, en el colectivo, en el subte y apilado en un kiosco, también despedazado por algún político, mientras se multiplica por millones en monitores. Aunque, quién sabe, lo mejor sea lo que va a generar: alegrías, broncas, odios, tristezas, reflexiones. Ese diario va a informar y va a ser protagonista de mil charlas de café. Y cada uno de los trabajadores es consciente de eso, saben lo que provocan y lo dejan todo en su única chance: mañana ese papel sólo va a envolver huevos.
Pero el clima, el clima es todo: esos ojos fijos, ese teclear eterno, ese murmullo mezcla de voces, teléfonos y corridas; esas charlas, esos egos, ese poder. La fuerza en potencia de los pasillos de una redacción de verdad que no se puede comparar con nada. Ahora, si a eso le mezclan independencia (en serio y fruto casi de descuidos), buena onda y talento, juraría que solo puede salir Crítica de la Argentina.
Ese es el diario en el que todavía trabajo, el lugar que me hincha el pecho de orgullo y que me terminó de parir periodista. Pero sí: técnicamente me puedo considerar despedido.
Estoy despedido porque no me pagaron y no sé qué hacer, entonces hago lo único que sé hacer: contar lo que me pasa, y lo hago por escrito, porque no sé si podría decirlo con mi propia voz. Como un pájaro que vuelva algo bajo, soy un periodista algo tímido.
Si hay un sentimiento que me domina este sábado es la tristeza; una tristeza nueva que va y que viene; que me arremete y me liquida; que se corre para darle espacio a la resignación; que vuelve con fuerza y trae bronca e impotencia; que se va y me deja vacío. Que vuelve otra vez y me empuja a escribir esto que escribo, quizás sabiendo que no es más una de mis tantas catarsis y que en pocos días voy a estar golpeando puertas.
Fluyo, escucho, opino para pocos y pienso que podría pelear a largo plazo por una indemnización, pienso en que se maten todos y que ojalá me contrate el New York Times. Pero si pienso de nuevo, juro por mi vida que sólo quiero trabajar en este diario. Y que si me voy a ir, quiero poder elegirlo yo.
La tristeza se va, vuelve la bronca y ahora pienso en la impunidad, la hijaputez y la maldad de dos empresarios que están matando a eso que cada día podría gestarse, que condenan a muerte a un diario que fue lo que todos quisieron ser, y nadie se animó. Me tranquilizo y pienso que, aunque duró poco, sé que estuve ahí, que lo hice y que por mis venas esta noche corre la tinta de Crítica de la Argentina.
Espero que no muera así, ¡no así! Pero sí, así va a morir y vuelve la tristeza magnámina y devastadora.
Habrá que esperar a que llegue la resignación.
Mientras tanto hago un pedido...
¡Salvemos a Crítica!

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